miércoles, 27 de mayo de 2009

Licencia para matar, ¿por qué?




Vuelvo a invitar a mi amiga Cristina a publicar en el blog, pues es genial como nos narra esto:


Una amiga mía, embarazada de su primer hijo y estando en la 20.ª semana de gestación ha ido recientemente a hacerse la 2.ª revisión ginecológica de las tres que se hacen en la Seguridad Social.
Llena de ilusión y emoción por pensar en volver a ver a su hijo, se postra en la camilla de la habitación y la ginecóloga comienza a realizarla la ecografía. Pero, de pronto, el miedo y el temor se apoderan de ella: la ginecóloga le comunica que su hijo tiene 2 “quistes” (perdón por no saber utilizar la terminología médica, pero es que tan sólo soy una madre de familia), ubicados en el cerebro, “que no son importantes, porque suelen desaparecer en la semana 25”.
Mi amiga, con el corazón encogido, la escuchaba sin dar crédito a lo que oía. Pero ni ella misma podía suponer lo que esta especialista de la medicina (¿especialista en qué, me pregunto yo?) le continuaba diciendo, a pesar de la probabilidad casi certera de que esos “quistes” iban a desaparecer pronto: “La cito a usted el viernes para que se realice una amniocentesis y piense en la posibilidad de abortar”.
Cuando mi amiga me relataba el suceso, vino a mi memoria, con profundo dolor por otra parte, un hecho ocurrido en mi vida.
Hace 12 años, embarazada de mi primer hijo (ahora tengo 6 preciosidades), me acerqué también a mi revisión ginecológica a la S. Social. Era mi última ecografía antes de dar a luz. El ginecólogo (varón, en este caso), me comunicó que yo era portadora de una bacteria y que al nacer mi hijo, a las 24 horas, moriría por el contagio de la misma. Inmediatamente después de oír esto, con voz seca me dijo: “Pésese”. El dolor que sentí al pensar que mi primer hijo iba a morir sin remedio, me inundó el corazón. No podía entender cómo ante tan dramática noticia, este médico me invitaba a subirme a un peso para controlar los kilos que iba ganando.
No podía entender ni entiendo ahora cómo el médico no me comunicó que, si en el momento de romper aguas me inyectaban un antibiótico, mi hijo se salvaría, como así ocurrió, gracias a Dios.
Y ahora, de nuevo, no puedo entender cómo a mi amiga no le han explicado que no hay motivo de alarma, que esos “quistes” aparecen con normalidad y con normalidad desaparecen.
Por eso me pregunto por qué. ¿Por qué un médico, que se supone que está para salvar vidas, tiene licencia para matarlas? ¿Por qué este mundo se ha vuelto loco y a las madres nos quieren arrebatar la vida que llevamos dentro si ni siquiera lo hemos pedido?
¿Qué se esconde detrás de este culto a la muerte, de este interés por hacer daño, por matar la vida, esté en el momento evolutivo que esté; esté como esté?
Queridos estudiantes de medicina, estén atentos porque en este mundo de locos su vocación por curar y sanar, aliviar y acompañar a los enfermos, ya no tiene cabida. Ahora “lo moderno y liberal” es MATAR LA VIDA. Elijan ustedes….
Cristina Rodríguez Camaño.

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