martes, 14 de diciembre de 2010

El informe PISA y una hipótesis



Os copio un articulo muy bueno de mi gran amigo Carlos Jariod Borrego, Presidente de Educación y Persona

Una vez más se hace público el Informe PISA. En esta ocasión ha medido en detalle la comprensión lectora, además de la matemática y la científica. Y una vez más vuelve España a mostrar la mediocridad educativa que todos conocemos de sobra. PISA no descubre nada que no sepamos; lo interesante, quizá, sea la cuantificación de la mediocridad: ponemos números al marasmo educativo –y ya se sabe que eso de poner números es cosa muy importante para muchos.

No obstante, no me resisto a anotar algunas observaciones, quizá ocurrencias, sobre el Informe en sí mismo y acerca de lo más significativo del mismo.

Parece que el Informe PISA -o los procedimientos que desde las Administraciones proponen para evaluar el sistema educativo- se ha convertido en el oráculo por el que determinar la salud de nuestra educación. Así, estudios empíricos, con refinado aparato matemático, demuestran la buena o mala enseñanza de países, autonomías, tipos de centro, etc. Unos se sentirán satisfechos y otros mirarán incómodos para otro lado. Pero la educación no es esto.

Como el asunto es complejo y largo, lo intentaré expresar con precisión: la pedagogía dominante ha reducido la praxis educativa a una mera poíesis educativa, esto es, a una actividad productiva, tratable además mediante estadísticas. Sólo es relevantemente educativa aquella instrucción (lectora, matemática, científica o digital) que pueda ser mensurada. La reducción de la educación a instrucción medible matemáticamente parte de un principio que podríamos llamar principio de productividad; según este principio la escuela, como si fuera una empresa, debería rendir cuentas a la sociedad de sus resultados concretos. Claro que éstos no son el grado de integración ciudadana de los jóvenes, el aprendizaje y práctica de las virtudes (¿valores?), el interés cultural por renovar y conservar a la vez la tradición que nos une o el compromiso o la indiferencia juvenil ante la adquisición de conocimientos. Nada de eso mide PISA, por la sencilla razón de que nada de eso es matematizable.

Hacer de la medida el único elemento que condena o absuelve a una praxis educativa es no entender nada de lo que significa educar. Si hay alguna actividad humana en la que los aspectos cualitativos son esenciales, es la educación puesto que en ella se produce un encuentro entre alumno y profesor; la categoría de encuentro no puede reducirse a la dimensión productiva, aun cuando a ésta se la deba dar el papel que merece. Empequeñecer el encuentro de dos personas, ligadas por una tradición cultural de la cual el docente es el portavoz, a una cuenta de resultados es deformar el significado profundo del hecho educativo.

De esta visión impersonal de la educación se derivan consecuencias graves. Acaso la más notable es la ausencia de la finalidad y del significado de todo proceso educativo. Por qué y para qué los jóvenes estudian matemáticas, ciencias y leen son preguntas tan impertinentes que no se hacen. Pero esas preguntas son precisamente las importantes en educación, si queremos una instrucción adecuada en comprensión lectora, matemática y científica. ¿Qué es lo que nos mueve a los profesores a enseñar?, ¿qué es lo que impulsa a un joven a interesarse por Don Quijote o por la trigonometría? Pero también: ¿por qué es aburrido el estudio de la Historia o del Universo para la mayoría de nuestros alumnos? De nada de esto nos informa PISA.

Me temo que el fracaso educativo no se mide en números; o al menos no sólo en números. Parece, más bien, que es un fracaso de sentido, de un oscurecimiento de las razones por las que estudiar, de una ignorancia manifiesta de las metas a alcanzar. Y la situación es tan crítica que los jóvenes, contaminados por el hedonismo y el individualismo imperante, expresan indiferencia ante su alienación junto con una ignorancia respecto de lo que podrían llegar a ser. Desde luego, tampoco PISA informa de ello.

Si impugnamos la pedagogía dominante, de tipo pragmatista, debemos relativizar todos los sistemas evaluatorios actuales, también el que nos ocupa. Que no se me entienda mal. No afirmo que el Informe PISA u otros no nos informan de nada relevante. Tampoco defiendo que la escuela no deba responder ante la sociedad. Denuncio el carácter oracular, es decir, puramente mitológico de los sistemas de evaluación actuales. Éstos miden lo que miden; y lo que miden ellos mismos lo deciden, partiendo de una concepción determinada de la educación. Pero ni es la mejor ni es la única. Es sorprendente el que personas de diferentes credos políticos o educativos consideren pedagógicamente neutral análisis evaluatorios como el de PISA.

Con todo, el Informe sí nos ilumina sobre algunas características internas de nuestro sistema educativo, que son muy significativas. Es posible que en un próximo artículo me detenga en alguna de ellas.

Ante mí un examen de filosofía de primero de bachillerato de uno de mis alumnos. Junto al examen, un comentario de texto escrito a última hora por el mismo joven. En ambos escritos, siempre que aparece el verbo “deber” el alumno lo escribe con uve. Nada infrecuente, créanme. Sin duda, en el colegio sus maestros le corregirían, otro tanto sus profesores de instituto, como lo hago yo ahora. Y sin embargo… ¿cómo explicarlo? Tengo para mí que el fallo no está en la incompetencia de sus maestros y profesores, en la escasez de medios económicos de la familia, en la situación política del país o en una posible anomalía psicológica del muchacho. Quizá todo sea más sencillo.

Quizá se deba a que no ha descubierto la importancia de la lengua que habla, su belleza, su rigor, el tesoro que posee sin darse cuenta de ello. Quizá no ha descubierto la importancia de hablar bien, de escribir correctamente. Es posible que no haya reparado en la vida que habita en las palabras que escucha y lee. Por todo ello, a mi alumno le resulta indiferente escribir con faltas de ortografía, no le encuentra sentido.

Sospecho que cuando un alumno sabe por qué y para qué estudia, sus resultados son mejores que si desconoce el significado de lo que estudia. Ésta es mi hipótesis. Pero me temo que no tiene cabida en los refinados análisis del Informe PISA.