El papa Francisco y el gran imán Sheikh Ahmed el-Tayeb de Egipto. Se intercambian una declaración conjunta sobre la "fraternidad humana"
DOCUMENTO Sobre la Fraternidad humana
Por la paz mundial y la convivencia común
Prefacio
La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe
sostener y amar. Por la fe en Dios, que ha creado el universo, las criaturas y
todos los seres humanos —iguales por su misericordia—, el creyente está llamado
a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y todo el universo
y ayudando a todas las personas, especialmente las más necesitadas y pobres.
Desde este valor trascendente, en distintos encuentros presididos
por una atmósfera de fraternidad y amistad, hemos compartido las alegrías, las
tristezas y los problemas del mundo contemporáneo, en el campo del progreso
científico y técnico, de las conquistas terapéuticas, de la era digital, de los
medios de comunicación de masas, de las comunicaciones; en el ámbito de la
pobreza, de las guerras y de los padecimientos de muchos hermanos y hermanas de
distintas partes del mundo, a causa de la carrera de armamento, de las
injusticias sociales, de la corrupción, de las desigualdades, del degrado
moral, del terrorismo, de la discriminación, del extremismo y de otros muchos
motivos.
De estos diálogos fraternos y sinceros que hemos tenido, y del
encuentro lleno de esperanza en un futuro luminoso para todos los seres
humanos, ha nacido la idea de este «Documento sobre la Fraternidad Humana».
Un documento pensado con sinceridad y seriedad para que sea una declaración
común de una voluntad buena y leal, de modo que invite a todas las personas que
llevan en el corazón la fe en Dios y la fe en la fraternidad humana a
unirse y a trabajar juntas, para que sea una guía para las nuevas generaciones
hacia una cultura de respeto recíproco, en la comprensión de la inmensa gracia
divina que hace hermanos a todos los seres humanos.
En el nombre de Dios que ha creado todos los seres humanos iguales
en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir
como hermanos entre ellos, para poblar la tierra y difundir en ella los valores
del bien, la caridad y la paz.
En el nombre de la inocente alma humana que Dios ha prohibido
matar, afirmando que quien mata a una persona es como si hubiese matado a toda
la humanidad y quien salva a una es como si hubiese salvado a la humanidad
entera.
En el nombre de los pobres, de los desdichados, de los necesitados
y de los marginados que Dios ha ordenado socorrer como un deber requerido a
todos los hombres y en modo particular a cada hombre acaudalado y acomodado.
En el nombre de los huérfanos, de las viudas, de los refugiados y
de los exiliados de sus casas y de sus pueblos; de todas las víctimas de las
guerras, las persecuciones y las injusticias; de los débiles, de cuantos viven
en el miedo, de los prisioneros de guerra y de los torturados en cualquier parte
del mundo, sin distinción alguna.
En el nombre de los pueblos que han perdido la seguridad, la paz y
la convivencia común, siendo víctimas de la destrucción, de la ruina y de las
guerras.
En nombre de la «fraternidad humana» que abraza a todos los
hombres, los une y los hace iguales.
En el nombre de esta fraternidad golpeada por las políticas
de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y las
tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de
los hombres.
En el nombre de la libertad, que Dios ha dado a todos los seres
humanos, creándolos libres y distinguiéndolos con ella.
En el nombre de la justicia y de la misericordia, fundamentos de
la prosperidad y quicios de la fe.
En el nombre de todas las personas de buena voluntad, presentes en
cada rincón de la tierra.
En el nombre de Dios y de todo esto, Al-Azhar al-Sharif —con los
musulmanes de Oriente y Occidente—, junto a la Iglesia Católica —con los
católicos de Oriente y Occidente—, declaran asumir la cultura del diálogo como
camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como
método y criterio.
Nosotros —creyentes en Dios, en el encuentro final con él y en su
juicio—, desde nuestra responsabilidad religiosa y moral, y a través de
este Documento, pedimos a nosotros mismos y a los líderes del mundo, a los
artífices de la política internacional y de la economía mundial, comprometerse
seriamente para difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la
paz; intervenir lo antes posible para parar el derramamiento de sangre inocente
y poner fin a las guerras, a los conflictos, a la degradación ambiental y a la
decadencia cultural y moral que el mundo vive actualmente.
Nos dirigimos a los intelectuales, a los filósofos, a los hombres
de religión, a los artistas, a los trabajadores de los medios de comunicación y
a los hombres de cultura de cada parte del mundo, para que redescubran los
valores de la paz, de la justicia, del bien, de la belleza, de la fraternidad
humana y de la convivencia común, con vistas a confirmar la importancia de
tales valores como ancla de salvación para todos y buscar difundirlos en todas
partes.
Esta Declaración, partiendo de una reflexión profunda sobre
nuestra realidad contemporánea, valorando sus éxitos y viviendo sus dolores,
sus catástrofes y calamidades, cree firmemente que entre las causas más
importantes de la crisis del mundo moderno están una conciencia humana
anestesiada y un alejamiento de los valores religiosos, además del predominio
del individualismo y de las filosofías materialistas que divinizan al hombre y
ponen los valores mundanos y materiales en el lugar de los principios supremos
y trascendentes.
Nosotros, aun reconociendo los pasos positivos que nuestra
civilización moderna ha realizado en los campos de la ciencia, la tecnología,
la medicina, la industria y del bienestar, en particular en los países
desarrollados, subrayamos que, junto a tales progresos históricos, grandes y
valiosos, se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción
internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de
responsabilidad. Todo eso contribuye a que se difunda una sensación general de
frustración, de soledad y de desesperación, llevando a muchos a caer o en la
vorágine del extremismo ateo o agnóstico, o bien en el fundamentalismo
religioso, en el extremismo o en el integrismo ciego, llevando así a otras
personas a ceder a formas de dependencia y de autodestrucción individual y
colectiva.
La historia afirma que el extremismo religioso y nacional y la
intolerancia han producido en el mundo, tanto en Occidente como en Oriente, lo
que podrían llamarse los signos de una «tercera guerra mundial a trozos»,
signos que, en diversas partes del mundo y en distintas condiciones trágicas,
han comenzado a mostrar su rostro cruel; situaciones de las que no se conoce
con precisión cuántas víctimas, viudas y huérfanos hayan producido. Asimismo,
hay otras zonas que se preparan a convertirse en escenario de nuevos
conflictos, donde nacen focos de tensión y se acumulan armas y municiones, en
una situación mundial dominada por la incertidumbre, la desilusión y el miedo
al futuro y controlada por intereses económicos miopes.
También afirmamos que las fuertes crisis políticas, la injusticia
y la falta de una distribución equitativa de los recursos naturales —de los que
se beneficia solo una minoría de ricos, en detrimento de la mayoría de los
pueblos de la tierra— han causado, y continúan haciéndolo, gran número de
enfermos, necesitados y muertos, provocando crisis letales de las que son
víctimas diversos países, no obstante las riquezas naturales y los recursos que
caracterizan a las jóvenes generaciones. Con respecto a las crisis que llevan a
la muerte a millones de niños, reducidos ya a esqueletos humanos —a causa de la
pobreza y del hambre—, reina un silencio internacional inaceptable.
En este contexto, es evidente que la familia es esencial, como
núcleo fundamental de la sociedad y de la humanidad, para engendrar hijos,
criarlos, educarlos, ofrecerles una moral sólida y la protección familiar.
Atacar la institución familiar, despreciándola o dudando de la importancia de
su rol, representa uno de los males más peligrosos de nuestra época.
Declaramos también la importancia de reavivar el sentido religioso
y la necesidad de reanimarlo en los corazones de las nuevas generaciones, a
través de la educación sana y la adhesión a los valores morales y a las
enseñanzas religiosas adecuadas, para que se afronten las tendencias
individualistas, egoístas, conflictivas, el radicalismo y el extremismo ciego
en todas sus formas y manifestaciones.
El primer y más importante objetivo de las religiones es el de
creer en Dios, honrarlo y llamar a todos los hombres a creer que este universo
depende de un Dios que lo gobierna, es el Creador que nos ha plasmado con su
sabiduría divina y nos ha concedido el don de la vida para conservarlo. Un don
que nadie tiene el derecho de quitar, amenazar o manipular a su antojo, al
contrario, todos deben proteger el don de la vida desde su inicio hasta su
muerte natural. Por eso, condenamos todas las prácticas que amenazan la vida
como los genocidios, los actos terroristas, las migraciones forzosas, el
tráfico de órganos humanos, el aborto y la eutanasia, y las políticas que
sostienen todo esto.
Además, declaramos —firmemente— que las religiones no incitan
nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo,
ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Estas desgracias son
fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las
religiones y también de las interpretaciones de grupos religiosos que han
abusado —en algunas fases de la historia— de la influencia del sentimiento
religioso en los corazones de los hombres para llevarlos a realizar algo que no
tiene nada que ver con la verdad de la religión, para alcanzar fines políticos
y económicos mundanos y miopes. Por esto, nosotros pedimos a todos que cese la
instrumentalización de las religiones para incitar al odio, a la violencia, al
extremismo o al fanatismo ciego y que se deje de usar el nombre de Dios para
justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión. Lo pedimos por
nuestra fe común en Dios, que no ha creado a los hombres para que sean
torturados o humillados en su vida y durante su existencia. En efecto, Dios, el
Omnipotente, no necesita ser defendido por nadie y no desea que su nombre sea
usado para aterrorizar a la gente.
Este Documento, siguiendo los Documentos Internacionales
precedentes que han destacado la importancia del rol de las religiones en la
construcción de la paz mundial, declara lo siguiente:
·
La fuerte convicción de que las enseñanzas verdaderas de las religiones invitan
a permanecer anclados en los valores de la paz; a sostener los valores del
conocimiento recíproco, de la fraternidad humana y de la convivencia
común; a restablecer la sabiduría, la justicia y la caridad y a despertar el
sentido de la religiosidad entre los jóvenes, para defender a las nuevas
generaciones del dominio del pensamiento materialista, del peligro de las
políticas de la codicia de la ganancia insaciable y de la indiferencia, basadas
en la ley de la fuerza y no en la fuerza de la ley.
·
La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de
credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad
de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad
divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la
fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de
ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a
adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un
estilo de civilización que los demás no aceptan.
·
La justicia basada en la misericordia es el camino para lograr una vida digna a
la que todo ser humano tiene derecho.
·
El diálogo, la comprensión, la difusión de la cultura de la tolerancia, de la
aceptación del otro y de la convivencia entre los seres humanos contribuirían
notablemente a que se reduzcan muchos problemas económicos, sociales, políticos
y ambientales que asedian a gran parte del género humano.
· El diálogo
entre los creyentes significa encontrarse en el enorme espacio de los valores
espirituales, humanos y sociales comunes, e invertirlo en la difusión de las
virtudes morales más altas, pedidas por las religiones; significa también
evitar las discusiones inútiles.
· La protección
de lugares de culto —templos, iglesias y mezquitas— es un deber garantizado por
las religiones, los valores humanos, las leyes y las convenciones
internacionales. Cualquier intento de atacar los lugares de culto o amenazarlos
con atentados, explosiones o demoliciones es una desviación de las enseñanzas
de las religiones, como también una clara violación del derecho internacional.
· El terrorismo
execrable que amenaza la seguridad de las personas, tanto en Oriente como en
Occidente, tanto en el Norte como en el Sur, propagando el pánico, el terror y
el pesimismo no es a causa de la religión —aun cuando los terroristas la
utilizan—, sino de las interpretaciones equivocadas de los textos religiosos,
políticas de hambre, pobreza, injusticia, opresión, arrogancia; por esto es
necesario interrumpir el apoyo a los movimientos terroristas a través del
suministro de dinero, armas, planes o justificaciones y también la cobertura de
los medios, y considerar esto como crímenes internacionales que amenazan la
seguridad y la paz mundiales. Tal terrorismo debe ser condenado en todas sus
formas y manifestaciones.
· El concepto de ciudadanía
se basa en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos
disfrutan de la justicia. Por esta razón, es necesario comprometernos para
establecer en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y
renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae
consigo las semillas de sentirse aislado e inferior; prepara el terreno para la
hostilidad y la discordia y quita los logros y los derechos religiosos y
civiles de algunos ciudadanos al discriminarlos.
· La relación
entre Occidente y Oriente es una necesidad mutua indiscutible, que no puede ser
sustituida ni descuidada, de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a
través del intercambio y el diálogo de las culturas. El Occidente podría
encontrar en la civilización del Oriente los remedios para algunas de sus
enfermedades espirituales y religiosas causadas por la dominación del
materialismo. Y el Oriente podría encontrar en la civilización del Occidente
tantos elementos que pueden ayudarlo a salvarse de la debilidad, la división,
el conflicto y el declive científico, técnico y cultural. Es importante prestar
atención a las diferencias religiosas, culturales e históricas que son un
componente esencial en la formación de la personalidad, la cultura y la
civilización oriental; y es importante consolidar los derechos humanos
generales y comunes, para ayudar a garantizar una vida digna para todos los
hombres en Oriente y en Occidente, evitando el uso de políticas de doble medida.
·
Es una necesidad indispensable reconocer el derecho de las mujeres a la
educación, al trabajo y al ejercicio de sus derechos políticos. Además, se debe
trabajar para liberarla de presiones históricas y sociales contrarias a los
principios de la propia fe y dignidad. También es necesario protegerla de la
explotación sexual y tratarla como una mercancía o un medio de placer o
ganancia económica. Por esta razón, deben detenerse todas las prácticas
inhumanas y las costumbres vulgares que humillan la dignidad de las mujeres y
trabajar para cambiar las leyes que impiden a las mujeres disfrutar plenamente
de sus derechos.
· La protección
de los derechos fundamentales de los niños a crecer en un entorno familiar, a
la alimentación, a la educación y al cuidado es un deber de la familia y de la
sociedad. Estos derechos deben garantizarse y protegerse para que no falten ni
se nieguen a ningún niño en ninguna parte del mundo. Debe ser condenada
cualquier práctica que viole la dignidad de los niños o sus derechos. También
es importante estar alerta contra los peligros a los que están expuestos —
especialmente en el ámbito digital—, y considerar como delito el tráfico de su
inocencia y cualquier violación de su infancia.
·
La protección de los derechos de los ancianos, de los débiles, los
discapacitados y los oprimidos es una necesidad religiosa y social que debe
garantizarse y protegerse a través de legislaciones rigurosas y la aplicación
de las convenciones internacionales al respecto.
Con este fin, la Iglesia Católica y al-Azhar, a través de la
cooperación conjunta, anuncian y prometen llevar este Documento a las
Autoridades, a los líderes influyentes, a los hombres de religión de todo el
mundo, a las organizaciones regionales e internacionales competentes, a las
organizaciones de la sociedad civil, a las instituciones religiosas y a los
exponentes del pensamiento; y participar en la difusión de los principios de
esta Declaración a todos los niveles regionales e internacionales, instándolos
a convertirlos en políticas, decisiones, textos legislativos, planes de estudio
y materiales de comunicación.
Al-Azhar y la Iglesia Católica piden que este Documento sea objeto
de investigación y reflexión en todas las escuelas, universidades e institutos
de educación y formación, para que se ayude a crear nuevas generaciones que
traigan el bien y la paz, y defiendan en todas partes los derechos de los
oprimidos y de los últimos.
En conclusión, deseamos que:
esta Declaración sea una invitación a la reconciliación y a la
fraternidad entre todos los creyentes, incluso entre creyentes y no creyentes,
y entre todas las personas de buena voluntad;
sea un llamamiento a toda conciencia viva que repudia la violencia
aberrante y el extremismo ciego; llamamiento a quien ama los valores de la
tolerancia y la fraternidad, promovidos y alentados por las religiones; sea un
testimonio de la grandeza de la fe en Dios que une los corazones divididos y
eleva el espíritu humano; sea un símbolo del abrazo entre Oriente y Occidente,
entre el Norte y el Sur y entre todos los que creen que Dios nos ha creado para
conocernos, para cooperar entre nosotros y para vivir como hermanos que se
aman.
Esto es lo que esperamos e intentamos realizar para alcanzar una
paz universal que disfruten todas las personas en esta vida.
Abu Dabi, 4 de febrero de 2019
Su Santidad
Gran Imán de Al-Azhar
Papa Francisco
Ahmad Al-Tayyib